Ella, la que no sabía como irse sin hacer ruido, sin ser vista, pasar inadvertida, sumergirse entre la gente y perderse así definitivamente. Ella, la que ya se había despedido muchas veces no encontraba la salida, se le habían terminado las excusas pues la puerta había estado siempre abierta, cruzar aquel umbral era solo cuestión de avanzar de una vez por todas hacia lo inevitable. Ella, quién ya había recorrido aquel camino en interminables idas y vueltas, llevando consigo una valija llena de sueños y de ganas ya pasadas; no podía quedarse más, pues el hastío por fin la había consumido.
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