La ciudad hoy parecía de juguete, los árboles
tenían rígidas sus hojas y ramas, los pájaros habían dejado de trinar, el sol
había desaparecido entre los hermosos rascacielos y tras la humilde montaña,
para dar paso a un millón de estrellas blancas y de luz clara como el cristal.
Las calles arropadas en el silencio, dormían
plácidamente bajo la luz neón de los faroles.
En las plazas y aceras el viento soplaba
calmado y frío, silbando entre las esquinas, era factible encontrar a un
vagabundo de la noche, enmarañado, harapiento con sus rodillas como cascabeles,
sonando al juntarse de escalofrío; pronto el sueño los acogía, y dormían en el
banquillo de la plaza o a la puerta de cualquier pensión.
Era hermoso todo esto, la soledad y un vacío
que guarda el bullicio del día, las penas y alegrías.
La ciudad, en realidad, era hermosa; tenía
todo, incluso ese aire de fantasía exótica; que luce al resplandor del alba,
cuando la magia de la noche con su desfile; se despide hasta la próxima velada.
Ahora; el sol, con su magnífico resplandor,
vitaliza cada parte de la ciudad, y calienta con sus tibios rayos, poco a poco
las aceras y plazas; y llega sin prisa a cada hermoso ser, que espera un nuevo
amanecer.
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