jueves, 1 de mayo de 2014

LA CIUDAD








La ciudad hoy parecía de juguete, los árboles tenían rígidas sus hojas y ramas, los pájaros habían dejado de trinar, el sol había desaparecido entre los hermosos rascacielos y tras la humilde montaña, para dar paso a un millón de estrellas blancas y de luz clara como el cristal.
 
Las calles arropadas en el silencio, dormían plácidamente bajo la luz neón de los faroles.
 
En las plazas y aceras el viento soplaba calmado y frío, silbando entre las esquinas, era factible encontrar a un vagabundo de la noche, enmarañado, harapiento con sus rodillas como cascabeles, sonando al juntarse de escalofrío; pronto el sueño los acogía, y dormían en el banquillo de la plaza o a la puerta de cualquier pensión.

Era hermoso todo esto, la soledad y un vacío que guarda el bullicio del día, las penas y alegrías.

La ciudad, en realidad, era hermosa; tenía todo, incluso ese aire de fantasía exótica; que luce al resplandor del alba, cuando la magia de la noche con su desfile; se despide hasta la próxima velada.

Ahora; el sol, con su magnífico resplandor, vitaliza cada parte de la ciudad, y calienta con sus tibios rayos, poco a poco las aceras y plazas; y llega sin prisa a cada hermoso ser, que espera un nuevo amanecer.



 

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